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miércoles, 26 de octubre de 2011

inteligencia corporal

Este es un testimonio dado por Laylah Ferreyra, bailarina del teatro municipal. Es muy interesante ya que cada palabra muestra la pasión por la siente al bailar ballet.


La condición básica para la danza es poseer un cuerpo inteligente, así le llaman los entendidos al reconocimiento del propio cuerpo. El ballet exige que el bailarín descubra su inteligencia corporal, que encuentre el camino del equilibrio para descubrir su propio movimiento. Si bien la base es la técnica, la formación rigurosa va acompañada de la evolución emocional de la expresión.


La capacidad de transformar un rostro, pies, manos comunes, con torpes y cotidianos modos, en figuras visuales, coreografías complejas y al mismo tiempo emitir la sensación exacta, sin exagerar en el mensaje, es el reto. El desafío constante de la exactitud. Un ballet que no busca la dramatización de la historia sino el lenguaje nuevo, el dinamismo hecho ritmo pasando por esa inteligencia particular.

El cuerpo del bailarín aprende con los años a corregirse solo, reacciona satisfactoriamente a la disciplina que la danza impone para que las órdenes físicas fluyan sin resistencia. El enigma de la danza será con los siglos el mismo, lograr que parezca tan natural aquello que no lo es. La técnica del ballet se ha desarrollado de las danzas formales de la corte, que eran poco más que una manera elegante de caminar, al virtuosismo que hoy en día vemos.

El movimiento natural del hombre deriva en caminar, con cierta cadencia y ritmo, es verdad, sin embargo el bailar implica destrezas y artilugios nuevos, diferentes; forzados hasta cierto punto con el objetivo de extremar la posibilidad del movimiento mismo, la belleza misma. Los años de formación y vida que un bailarín requiere para explotar su potencial oscilan entre diez y doce, empezando de niño hasta terminar la adolescencia. Pero todos saben que una ejecución perfecta se logra en el tiempo, se construye de a pocos.

Cuando el balance entre técnica y sensibilidad confluye en un mismo cuerpo, el bailarín halla su propio eje, trasciende la pauta coreográfica, y un espíritu auténtico destaca, alcanzando la libertad soñada: Aquella que no fija la energía en el esfuerzo sino en el movimiento que construye el placer. Es allí cuando sentarse en una butaca a ver una obra de ballet resulta una experiencia emotiva y vital. La danza puede darte todo, pero solo si le das tu cien por ciento. No existe entrega a medias.

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